En la apacible ruta que une Durán con Boliche, las vías del Guayas se vieron sacudidas por un episodio de terror que dejó marcada a una comunidad de artesanos, trabajadores incansables que se ganan la vida en la feria del jean. Un simple viaje en autobús se convirtió en un escenario de violencia despiadada cuando un grupo de delincuentes interrumpió la tranquilidad con un asalto brutal.
El silbido de las balas cortó el aire, el sonido ensordecedor retumbó en la carretera. Los malhechores, sin titubear, tomaron control del vehículo al detenerlo a la fuerza, sometiendo al chofer y a los pasajeros a una experiencia aterradora. En medio de la confusión y el caos, la ferocidad de aquellos criminales se desató, arrebatando el fruto del arduo trabajo de los artesanos, su sustento, su esfuerzo diario convertido en botín de la más cruel de las fechorías.
El relato de los sobrevivientes dejó entrever una trama aún más siniestra. Antes de este ataque, habían enfrentado intentos de extorsión por parte de individuos que exigían una suma exorbitante, sumiendo a estos trabajadores en una angustia constante. El asalto no solo les privó del producto de su labor, sino que dejó al descubierto la vulnerabilidad en la que se desenvuelven, expuestos a amenazas que acechan su diario trajinar en busca de un sustento digno.
La tragedia en estas carreteras del Guayas no solo es el reflejo de una violencia desmedida, sino también un síntoma de una realidad más amplia que requiere atención urgente. La comunidad se sumerge en la incertidumbre y el miedo, exigiendo respuestas a las autoridades y clamando por medidas que aseguren la protección en los caminos, donde la labor honesta y el derecho a transitar en paz deben prevalecer sobre el acecho del crimen.
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